Con Take Care de Beach House sonando, me dispongo a comenzar la crítica de La vie d’Adeèle de Abdellatif Kechiche. No sé ni por dónde empezar ante el torbellino de emociones que aún siguen conmigo después del visionado de la cinta francesa. Y es que pocas veces un director se ha atrevido a contar con semejante naturalidad tantas cosas y a su vez lograr plasmar tanta verdad, en cada gesto, en cada mirada, cada silencio… La clave del éxito del director tunecido ha sido el empleado de los primerísimos planos de todo pero en especial de la joven Adèle Exarchopoulos que los sostiene a la perfección, conquistando a la cámara y a Kechiche con su magnética presencia (haciéndose hasta con el nombre de la película) y que gracias a la conjugación de ambos elementos se consigue implicar al espectador, quien no solo no puede desviar la mirada de la pantalla, sino que llega a sentir en su propia piel lo que Adèle está sintiendo.
Y así, uno va asistiendo al crecimiento de Adèle, a su proceso de maduración, desde el instituto hasta su consolidación como profesora y todo ello a través de su relación con Emma, que permite apreciar su evolución tras las vueltas que le da la vida.


La primera parte ahonda en la búsqueda de identidad de la protagonista, un viaje que, desorientada, realiza a la deriva. Probando pero sn encontrar la plenitud que le permita sentirse a gusto, ser quien verdaderamente es, porque ni ella misma lo sabe todavía. Paso de la adolescencia a la edad adulta, cuya transición comienza con el primer amor. Un amor a primera vista. Adèle se siente inmediatamente atraída por Emma (Lea Seydoux), la chica del pelo azul, atracción que es correspondida. Las une una intensa pasión, cuya explosión sensitiva hace vibra al público.
La burbuja de amor y pasión que ambas comparten durante unos años no es inmune al paso del tiempo, que en forma de celos, de soledad, incomodidad e incompresión comienza a hacer mella hasta hacerla estallar.
A partir de ahí llegará dos de las escenas más intensas e impactantes de la película. La primera, desoladora, lo hace en forma de discusión; la otra en una cafetería, refleja el dicho de «donde hubo fuego siempre quedarán cenizas», cenizas que con el desencadenante preciso, en este caso el contacto físico al que apelará la protagonista, pueden volver a reavivar las llamas. Pero al darse cuenta de que lo que quiere es el cuerpo y no el corazón, que ya no le pertenece a ella como antaño sino a ota persona, supone un duro golpe para Adèle que, destrozada, se verá obligada a dejar ir a Emma.

En toda una vida, algunos son incapaces de entender el amor y sus curiosas formas de manifestarse. Kechiche no solo consigue entender una de esas formas y plasmar sus entresijos con una pasmosa veracidad, sino que va más allá, pues inquieta, turba, desgarra, porque logra implicar al público en el desarrollo de los sentimientos que surgen de una relación ajena a ellos. Observar durante las tres horas de metraje a un personaje tan puro y entregado como Adèle y una interpretación tan natural, tan cercana como la que nos brinda la actriz, hace que el espectador se encariñe con la protagonista, que la entienda y sienta con ella y por ello se ilusionan cuando se enamora, disculpa sus errores y sufre cuando le rompen el corazón. La platea no solo se emociona, sino que empatiza y mientras el fin transcurre, ya están condenados al vaivén de sensaciones del huracán Adèle.
Para finalizar, como no podía ser de otro modo, suena I follow rivers de Lykke lii, me quedo con las palabras de Robbie Collin de Telegraph: «te das cuenta de que la película te ha ganado el corazón sin realmente pedirlo, y sales del cine echando de menos el amor». Y uno no presencia una historia entre dos mujeres, que también, sino que asiste además a una de las mejor narradas y más bellas historias de amor que jamás se han rodado. Y por eso merece la pena, y así, podemos entender por qué Spielberg se conmovió e hizo que tanto el título francés, como su director y ambas protagonistas se alzasen con la cotizada Palma de Oro en Cannes, porque a nosotros nos pasó lo mismo, y nos sentimos agradecidos por amar el cine.
Sin lugar a dudas, es uno de los títulos imprescindibles del 2013.
