Nichols firma una transgresora película que rompió con las reglas de la sociedad norteamericana de la década de los 60 al destapar los trapos sucios, la hipocresía y los prejuicios que albergaban.
Benjamin Braddock es un joven recién graduado que vuelve a casa tras finalizar sus estudios universitarios. Su vida se torna en desidia tras la hipocresía de la sociedad a la que pertenece. Entre felicitaciones y presiones familiares por ver qué hará con su porvenir, el muchacho vaga a la deriva, eso sí, rodeado del lujo y ostentación inherentes a los que pertenecen a su alcurnia.
Braddock quiere huir de la abulia y para ello se embarca en una «relación» con una de las amigas de sus padres, que además de cometer adulterio para huir del fracaso de su matrimonio cazará al protagonista en su tela de araña, atrapándolo con su intensidad, avidez, lujuria y experiencia en un círculo vicioso del que le será difícil salir bien parado.
Todo se trastoca cuando aparecen en escena la hija de la señora Robinson (interpretada por una inconmensurable Anne Brancoft) y los celos e inseguridad del que sabe que ha jugado ya todas las cartas de las que disponía. Eso la llevará a cometer una serie de actitudes de dudosa honorabilidad y traerá más de un quebradero de cabeza a Braddock.
Todo lo que muestra y lo que supuso en aquella época una película tan suspicaz capaz de mostrar lo que muchos saben pero pocos se atreven a decir en voz alta llevó al director a ser galardonado con un Oscar y encumbrar esta obra, a pesar de quedarse algo desfasada en la actualidad (lo que no se haya visto a estas alturas…).
Nadie podrá olvidar los zooms que hace Mike Nichols con Anne Brancoft, ni ese último plano en el que cuando todo apunta hacia un final feliz para los protagonistas, sus expresiones nos ponen sobre aviso, desvelando la inseguridad de quien se sabe transgresor de las reglas estipuladas y que ha alcanzado demasiado pronto lo que ansiaba o las dudas ante un futuro incierto…
Todo ello maridado con las míticas ‘Mr. Robinson’ y ‘Sound of Silence» de Simon & Garfunkel de telón de fondo. Delicioso.
Ni siquiera Sam Mendes pudo evitar rendirse a sus encantos y rememorar esta obra tres décadas después con su icónica ‘American Beauty’, plagada de influencias de este ya clásico ‘El graduado’.